miércoles, 4 de febrero de 2015

Reflexiones (de la Vida) desde mi Adolescencia Noventera

De pronto me remonté a aquella época dulce de mi adolescencia. Y nunca mejor dicho “dulce”, porque los recuerdos que vienen a mí están cargados de sabores y de olores todos muy dulces. Recuerdo mi adolescencia como una época de anhelos, de deseos y mientras más inalcanzables, más alentadores, más estimuladores.

Desde esta treintena que cada día va quemando sus últimos cartuchos, recuerdo el olor “a nuevo” de esos años que parece que a penas ayer doblaron la esquina; el olor a planes imposibles, luchables, inalcanzables o alcanzables, eso daba igual. Todo estaba “por” ser construido. Lo que extraño más es esa bitácora vacía de tinta pero llena de sueños, ese comodín para el “final feliz”, ese signo de interrogación al lado de la palabra futuro.

Y ya acomodada en la piel de esa chiquilla noventera, viene a mí precisamente la sensación de la cual me propongo hacer estas reflexiónes. Una sensación de escasez, que en lugar de hacerme infeliz, me llenaba de sueños y de ilusiones. 

A principios de los años 90, mi ciudad tenía a penas 5 centros comerciales y medio: Alban Borja, al que nadie iba (¡ni va!); Policentro, el tontódromo oficial de los adolescentes de la época, con sus Policines; Plaza Triángulo al que uno iba después de salir del cine Maya  para comer los dulces de los chinos; Unicentro que quedaba en el centro de la ciudad y el origen de los sánduches submarinos; Plaza Mayor, recién inaugurada creó mucha expectativa con las réplicas de los caballos y manzanas voladoras del pintor Endara-Crow y contribuyó al espectro de la diversión adolescente con los Albocines; más un medio centro comercial que era Centro Sur, en el Centenario, en donde la diversión máxima era el Burguer King , lugar de encuentros adolescentes a la salida de exámenes.

Recuerdo mi emoción al ir a cada uno de esos puntos de la ciudad, como quien va a una excursión o a un paseo largo. Mi generación creció con muchísima ilusión en el bolsillo, hoy con mis ojos de adulto, me da la impresión de que en el mercado hay de todo en más cantidad y en menos ilusión; hoy todos tenemos al alcance de la mano una variedad y cantidad tan grande de oferta que se vuelve casi común y corriente cada opción, cada paseo, cada viaje, cada fecha.

Pero volviendo a mis recuerdos de adolescencia, recuerdo en especial la tienda “Cosas Raras”. Había una en el norte de la ciudad y otra en el sur y era la representación de todos nuestros anhelos adolescentes: M&M, Cheese Swiss, Snickers, Milkyway (No me saben igual los Milkyway de hoy que se venden en todas partes), Chicles en tubos de pasta de dientes, Gomitas en forma de osos, Cheese balls, tarjetitas de los Cabbage Patch Kids o de los “anti”: los Garbage Pail Kids. Creo hasta ahora sentir la felicidad que me provocaba salir de la rutina de la "Menta Glacial de La Universal" para estimular mi ilusión cuando mi abuelita regresaba de viaje cargada de golosinas que impregnaban la maleta con un olor particular. Recuerdo el “Super 1000”, el supermercado mágico donde todo era importado, quedaba ya al final de la ciudad para dirigirse a la playa, iba allí con la ilusión de comprar Tang sin plantearme que era bastante parecido al nacional Yupi.

Todo esto no es una exaltación a las marcas importadas, porque también me acuerdo de la maravilla que era el nacional “Comesolito” o “los Chitos de Jack’s snacks” o los helados del “Top Cream”. Es una exaltación a la idea de que “La ilusión se construye en la escasez” y es también una reflexión que apela a todo lo que estamos perdiendo por tenerlo y darlo todo a manos llenas. Es una reflexión de índole personal no política (Jamás política), hablo de personas, no de gobiernos.

No existen constructores carentes de ilusiones. No existen inventores sin el ingenio que se forjó en un momento de necesidad. Contradictoriamente, no me cabe duda que para ser felices debemos sentir que hay algo que no tenemos y que pasaremos la vida buscando alcanzar o al menos llegar un poquito más cerca.

Necesitamos objetivos, para caminar mejor y con más precisión. Si todo lo tenemos entonces nos acomodamos en el sillón de la sala a ver las cosas pasar de la mano de alguien que tuvo la dicha de no tenerlo todo.


Irene Robles
@ireneescribe

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